La esencia de la lucha feminista es que las mujeres sean libres, con las diferentes connotaciones de la palabra y con las acciones y hechos que de ello se deriven, es decir, que puedan decidir sobre su cuerpo, sobre su vida profesional y personal, lo que incluye sus actividades recreativas y el acceso a ellas, por esa razón, el deporte debe ser parte fundamental de esta lucha, ya que en el año 2021 aún quedan muchas batallas por ganar en un territorio que ha sido dominado por lo masculino, un coto que, además, ha servido para construir masculinidades, muchas de ellas violentas, razón por la que el deporte en general debe repensarse, pero para la lucha feminista, la prioridad es la presencia de mujeres en estos espacios.
Por lo anterior, el texto que da vida a la columna de hoy trata sobre una dinámica que comencé en mi cuenta personal de Twitter, un hilo con expresiones que las mujeres que amamos el futbol hemos recibido, siendo niñas, adolescentes o adultas. Estas experiencias dan cuenta de cómo para las mujeres ha sido difícil su acceso a la actividad deportiva, ya no hablemos del ámbito profesional, sino simplemente de la parte recreativa o socializadora que significa practicar alguna disciplina desde temprana edad.
Para Erick Dunning, Patrick Murphy y John Williams, en su ensayo “La violencia de los espectadores en los partidos de futbol. Hacia una explicación sociológica”, el partido de futbol se relaciona con una forma ritual de la masculinidad, razón por la que la ofensa a los rivales por parte de las porras/barras implica una “des-masculinización”, al nombrarlos de manera femenina o insinuar su homosexualidad, es decir, el aspecto femenino en el futbol es visto como una ofensa, como lo ajeno, como aquello que nada tendría que hacer en un espacio primordialmente masculino, y que si llega a aparecer, es menospreciado y relacionado con la inferioridad.
Por esto, no es sorpresa leer lo que las mujeres respondieron en mi hilo: “no me pasaban el balón porque era niña”, “mis papás nunca me llevaron a entrenar futbol porque no era para niñas (…) la verdad dejé de intentar que lo hicieran”, “me decían que las niñas éramos de chocolate” (dando a entender que no contaban a la hora de echar la cascarita, una especia de invisibilidad), “¿cómo es posible que te burle una niña?”, “es niña, la va a fallar”. En estas expresiones es fácil notar cómo es que se concibe que las mujeres no tenemos la capacidad de practicar futbol, como si fuese algo natural en nuestra genética y, por el contrario, que los hombres, también de forma natural, son hábiles para ello, sin embargo, ahora sabemos que no es así, que estas diferencias son culturales, producto del acceso distinto que mujeres y hombres tenemos al deporte desde la infancia.
“Existen pautas de socialización que preparan a las mujeres principalmente para desenvolverse en la esfera del hogar y en ocupaciones secundarias, y que limitan sus horizontes no sólo en la esfera ocupacional, sino también en la esfera del ocio”, así lo explica Dunning, lo cual, deja en claro cómo desde los primeros años, niñas y niños tienen diferentes actividades que van construyendo sus imaginarios acerca de qué actividades son “aptas” para cada uno.
Y si las mujeres quieren romper con este esquema, si acaso se interesan en practicar o disfrutar como espectadoras del futbol, comienza el cuestionamiento hacia ellas, sobre diferentes factores:
1.- Su orientación sexual: si una mujer siente atracción por el futbol, se le señala como lesbiana o la tan pronunciada y violenta palabra que a muchas nos dijeron, “marimacha”. Como si no fuera posible concebir que una mujer totalmente femenina (que cumpla con la heteronormatividad) tenga interés por algo que “es masculino” (lo cual como mencioné anteriormente, es una construcción social, no natural).
2.- Su capacidad para jugar: ni siquiera permiten que la niña o la mujer demuestren sus capacidades, se da por hecho que es inferior, y si acaso demuestra lo contrario, el referente masculino continúa presente con expresiones como “para ser mujer, juegas muy bien”, “juegas como hombre”.
3.- Su conocimiento: si una mujer es aficionada al futbol, se encuentra con que, de manera frecuente, se le pide información que valide que realmente le interesa y no sólo es “pose”, además de que no es creíble que pueda llegar a saber más que un hombre, nuevamente como si ese conocimiento fuera natural o viniera innato en los genes de los varones. “Tú no puedes saber más que yo”, les decían a quienes respondieron a mi tuit.
Por todo esto, si bien puede decirse que, actualmente, las mujeres sí podemos jugar futbol, que no se nos prohíbe, que hay ligas (profesionales y amateurs) y torneos por parte del deporte gubernamental, no puede negarse que las estructuras patriarcales continúan provocando que sea compleja la entrada y permanencia de las mujeres en esta disciplina, debido, en gran medida, a los mandatos de género, en los cuales, a las mujeres no se nos permite considerar la actividad deportiva como algo esencial en nuestra vida, puesto que se encuentra en el terreno del espacio público, cuyo dominio es masculino e intentar entrar a él significa renunciar a la feminidad y aceptar el hecho de comenzar con desventaja, tal como lo explicó Andrea Rodebaugh a Teresa Osorio y Hortensia Moreno, en el artículo “Me hubiera encantado vivir del futbol”:
“Ser mujer en el futbol, como jugadora, como entrenadora o árbitra, es entrar a un partido 1-0 abajo porque siempre vas a tener algo en contra por el simple hecho de ser mujer”.