3 de mayo de 2021, un día de mayo cualquiera o así debió ser.
El sol entró por mi ventana, como cada mañana, anunciando que era momento de empezar la rutina: levantarme, besuquear al perro, bañarme, vestirme, alimentar al gato, guardar mi cámara, agarrar las llaves, subirme al auto y manejar al trabajo -está vez me tocó ir a la oficina-.
Era un día común, un par de grabaciones y emprendí el camino de regreso a casa, salí un poco tarde porque me distraje, pero en realidad era temprano (por la pandemia es muy raro que salga tan tarde de la redacción), aún así terminé un poco cansada. A veces extraño viajar en Metro, no es que lleve mucho al volante, pero dos años ya es algo, extraño ponerme los audífonos y escuchar música mientras juego en mi celular o, no les diré que leyendo porque me mareo, pero, quizá editando alguna foto o video para mi Instagram o simplemente agandallar lugar y venir durmiendo, esos placeres mundanos que te brinda “un viaje seguro”, que, además, me deja a dos calles de mi casa.
Pero no, manejé… de menos manejé acompañada de un poco de rap (mi yo rapera a todo pulmón… se vale soñar). A pocos metros de mi hogar se activó la chunche para avisar que ya no había gasolina, demonios. Es raro, otras veces me hubiera válido y me hubiera seguido a casa, pero está vez agoté toda la reserva así que desvíe mi camino un poco, total pasando Tezonco hay una gasolinera en la que no roban mucho, ja.
Pasaban de las 8 de la noche… y yo cargando gas frente a las Ollas; el tráfico era fluido, la gente andaba y cruzaba la Avenida Tláhuac como si nada, algunos que salían del súper, otros del trabajo, algunos otros del cine o del restaurante, había quienes venían o iban hacia el Metro, otros esperaban su camión, taxi o transporte predilecto a través de una App.
En fin, luego de cargar gasolina me dirigí al retorno frente al Walmart, ahora sí… vamos a casa. Jamás imaginé que dos horas después volvería a esa zona y toda la paz común, de un día común, se convertiría en caos y tragedia.
La zona cero
10:50 de la noche, mi celular no dejaba de sonar. Cabe señalar, que está vez decidí dormirme relativamente temprano mientras veía una serie de decoración de interiores, pero con tanto ruido no podía. Me giré y tomé el móvil, y con los ojos entre abiertos un bombardeo de mensajes me abrumaron con muchas cuestiones: ¿Dónde andas?, ¿estás bien?, ¿dime que no estaban en la calle?, ¿ya viste lo del Metro?
Eran muchos mensajes… familiares y amigos, y luego en el grupo del trabajo… “Es oficial, se confirma la caída de la línea 12 del Metro entre Olivos y Tezonco”.
Pummm… un balde de agua fría.
“Se cayó el metro, se cayó el metro…”, no lo podía creer, sin embargo, presté atención y el sonido de las sirenas inundaban el ambiente; cómo no lo noté, quizá porque estaba muy cansada. Me levanté, me puse mis tenis y de nuevo, pero esta vez con prisa, tomé mi cámara y salimos a la zona, ahora, la zona cero.
Llamaban mis padres, pero no les pude contestar bien, “estoy bien, estoy bien, luego le marco” y colgué; no tenía cabeza, yo pasé por ahí… yo estuve ahí. Y al llegar, ya no había paz común, era caos.
La gente lloraba, ya muchos se habían acercado porque sus familiares no les contestaban y lo último que supieron es que iban en el Metro; muchos, que salían de sus compras, quedaron en shock cuando el desplome los sorprendió.
Los paramédicos corrían con las camillas, llevaban heridos a las ambulancias o al Hospital Belisario, que está a unos pasos y abrió sus puertas, aunque ellos no tienen área de trauma, o los llevaban al estacionamiento del Walmart que se convirtió en helipuerto provisional para trasladar a los heridos más graves a otros hospitales.
“Algo tronó y después el estruendo y la gente corría y el polvo oscureció todo el lugar”, temblaba y se quedaba sin aire doña Elfidia, mientras me contaba lo que vio; veinte minutos antes se había quedado de ver con su hijo en el Metro Olivos para ir a “hacer el súper”, él venía del trabajo y ella de su casa, y aunque ellos fueron de los “afortunados”, hay 25 personas que ya no volverán nunca más a casa o a reunirse con sus familiares y 79 heridos, de los cuales al menos la mitad, aún luchan en condiciones críticas por su vida.
Aún no lo puedo creer… ¡yo estuve ahí!, en el pasado inmediato de un mundo sumergido en lo mundano, pero quizá si esto hubiera ocurrido dos horas antes o unos días, meses o años antes, yo o miles de mexicanos que transitábamos diariamente sobre ese tramo pudimos ser Juan José Galindo y su esposa, quienes regresaban del dentista cuando literal “les cayó el Metro encima” y quedaron atrapados dentro de su vehículo.
#NOFUEACCIDENTEFUENEGLIGENCIA
La indignación es grande, lo que pasó con la Línea 12 era una premonición para muchos de nosotros como vecinos.
Sí, el Metro era para los tlahuitas la gran llave a un mundo de vanguardia en una zona donde la movilidad era caótica y deprimente. Antes del Metro, podíamos vivir de dos a tres horas sumergidos en el tráfico para poder llegar al trabajo o a la escuela o a esa cita sexy o simplemente para salir a hacer las compras o a pasear con la familia.
La promesa a un transporte eficaz debió ser cumplida con calidad, no con prisas, no para colgarse una medallita antes de que expirara un plazo en el Gobierno… lo mínimo que merecíamos era un trasporte digno y seguro.
La Línea Dorada, se convirtió en oro para unos cuantos, hoy la clase trabajadora, la que a diario o al menos una vez al mes usamos la red, pagamos las consecuencias de un cúmulo de fallas y arbitrariedades rodeadas de corrupción.
Hoy habla la rabia, y hasta hace unos días yo pensaba que incluso no merecía opinar porque desde mi auto podía creer que vivía un segundo en el privilegio, pero ni el privilegio salvó a Chema, como lo conocían sus familiares y amigos, quien quedó prensado en su auto, su esposa sobrevivió, pero él no.
Y el eco del dolor se siembra en todos los mexicanos por todas las víctimas. No era normal el rechinido y el crujido al paso del convoy. La tragedia pasó entre Olivos y Tezonco, pero muchos otros creímos que se descarrilaría en la curva de la salida de Atlalilco o esa curva donde casi besas el suelo en Lomas Estrella; algunos otros (y me incluyo como vecina cercana a la estación) creímos que la desgracia iba a ser en Periférico Oriente durante la pendiente más intrépida para librar el puente de Periférico o quién no creyó que quizá en la curva, tal montaña rusa, que conecta a Periférico y Tezonco y que te hacia sujetar fuertemente el asiento, el tubo, o del de a lado o de dónde pudieras.
Como decían que era normal, la banda con zozobra seguía su camino, confiamos y hoy… hay muertos y la justicia es lo mínimo que nos deben.
Hoy no es por mi y el millón de hubieras que surgieron a raíz del colapso de la trabe en la Línea 12 del Metro. Que si se hubiera descarrilado antes de que en 2014 suspendiera servicio en 12 de sus estaciones por “desgastes ondulatorios” en una línea que nació con “problemas endémicos”, según dijo el entonces director del STC Metro, Jorge Gaviño, en donde incluso se reconoció que el mayor problema era que los trenes no eran compatibles con la vía.
O que con el terremoto del 19 de septiembre de 2017, el tramo elevado hubiera sucumbido a la fuerza de la naturaleza y se hubiera desplomado completamente, pero aún así, y aunque no pasó, a decir de las autoridades la Línea 12 sufrió “daño en el corazón de esta estructura ubicada en el tramo Nopalera-Olivos lo que debilitó su funcionamiento integral en el soporte de peso y de elasticidad”, y para enero de 2018 aseguraron que el reforzamiento había quedado para seguir.
Y aquí estamos, tres años después de ese “reforzamiento”, testigos de un dramático momento, y eso que un año antes, en 2020, fue inspeccionado según informó la Jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum.
Hoy es por el pequeño Brando Giovanny por Alejandro Mendoza, Angélica Segura, Carlos Emanuel Pineda, Cristian López, Evaristo Lucas, Gildardo Rodríguez, Immer Del Águila, Ismael Salazar, Juan José Galindo, Liliana López, Lorenzo Islas, Mario Alberto Bautista, Miguel Ángel Espinosa, Miguel Ángel Vázquez, Nancy Le ama, René Jorge García, Sergio Valentín Rodríguez, Juan Luis Díaz, Jesús Baños y los otros 79 heridos, y la necesidad de justicia ante la negligencia.
“Yo estuve ahí”… quizá al igual que yo, en la mente de miles de mexicanos corre el mismo pensamiento, en algún momento muchos estuvimos ahí, antes de que la trabe se dejará vencer y los heridos y muertos pudimos ser más.